miércoles, 28 de febrero de 2018

Las Pensiones, asaltan el debate político

Hay cosas peores

Podría decirse que ya era hora, o, lo que viene a ser lo mismo ¿Por qué ahora y no antes? Es obvio: porque hasta ahora, los más de nueve millones de pensionistas habíamos estado callados.

No, no es exacto. Hablábamos entre nosotros, nos quejábamos a diario o nos aguantábamos, allá cada uno, culpábamos a Zapatero o a Rajoy o a la Merkel o a “la crisis” o al sursum corda, de vez en cuando alguien lograba publicar un artículo al respecto, en ocasiones tal o cual político alardeaba de lo bien que lo estaba haciendo, no como Fulano que hay que ver qué ruina nos trajo, y poco más.

Por qué ahora:
  • Porque los viejos han salido a la calle, parece que le han encontrado gusto al juguete y no se les ve muy dispuestos a volver a meterse en casa.
  • Porque eso ha pasado en un momento de incertidumbre política provocada por el más que probable cambio en el sentido de su voto de algún que otro millón de electores.
  • Porque, en consecuencia, cada Partido ha percibido que ahí, en la que se empeñan en llamar “tercera edad” como si eso nos hiciera mas jóvenes, hay un caladero de sufragios sin explotar, coto hasta ahora, en su mayoría, de los Partidos tradicionales, PP y PSOE.

Lo que me preocupa no es que todo esto esté ocurriendo, sino cómo va a afrontar la cuestión nuestra clase política, de la que me fío lo mismo que usted, lector. 

Porque si lo que busca cada supuesto líder (y digo “supuesto” porque, perdónenme, pero por más que miro y remiro, líderes, líderes, lo que se dice líderes, no encuentro ni medio) es arramblar con un millón de votos que antes se llevaba la competencia, es más que probable que no sólo no arreglemos nada, sino que terminemos peor que antes.

Así que antes de escuchar las soluciones me gustaría empezar a oír hablar de las bases del problema y de alguna declaración de principios en el sentido de que estamos ante una de las piezas esenciales del Estado del Bienestar, algo que nos diferencia de otras sociedades, algo, en definitiva que debe resolverse en clave de consenso que ayude a definir políticas de Estado.

¡Lo que hay que oír!

Hace algún tiempo, en 2011, la Directora General del Fondo Monetario Internacional, Mme. Cristine Lagarde, dama elegantemente despiadada, pidió bajar las pensiones ante el temor de que la gente viva más tiempo del que se esperaba. Dijo lo que dijo y ahí sigue, tan ufana en su sillón sin perder su sonrisa.

Una declaración muy en línea con las actuaciones habituales de tan benéfica institución. Incluso creo que aún habría que agradecerle que no insinuara medidas tal vez más drásticas pero, qué duda cabe, más eficaces, por ejemplo:

  • Suprimir la pensión a quienes tengan el mal gusto de superar la edad que el FMI entienda como límite de supervivencia razonable.
  • Gasear a los que se encuentren en la misma y delicada situación que acabo de comentar.

Viene esto a cuento de la idea que subyace enmascarada en algunas declaraciones oídas en los últimos días, declaraciones a las que deberíamos irnos acostumbrando porque me temo que son la consigna de un cierto modo de ver la política y la economía. 

Ésas en las que se nos viene a decir que si no hay dinero, no hay dinero y que la multiplicación de los panes y los peces no es más que el relato de un supuesto milagro de imposible verificación. O sea, que quien no admita lo inevitable y prometa algo diferente sólo pretende engañarnos

Así que lo mejor es que vayamos acostumbrándonos cuanto antes a la idea de que más bien pronto que tarde habrá que reducir las pensiones porque la economía del país no da para más.

Y eso no es más que poner ante el ciudadano la consecuencia inexorable de aceptar una ideología política y económica sobre la que primero no ha habido debate ni decisión. Es un "trágala". Es, en definitiva, engañar al contribuyente, al pensionista, al ciudadano, a la gente, al pueblo soberano.

Me quedo con lo de “el pueblo soberano”

Porque es él quien a la postre debe y puede decidir si quiere vivir en un país regido por unas reglas de juego o por otras. A sabiendas, por lo demás, de que en ciertas materias, sanidad, pensiones, educación, relaciones internacionales básicas, no se puede estar cambiando de modelo cada vez que varíe el color del Partido gobernante.

Decir que no hay dinero para las pensiones, es una media verdad, o sea, es una mentira. Lo correcto sería poner de manifiesto que no hay dinero para todo y que, por consiguiente, tendremos que decidir a qué objetivos dedicaremos los recursos escasos con que contamos.

Eso, atribuir a uno u otro fin los recursos disponibles, es al fin y al cabo la esencia de la política. Lo que ocurre es que, como decía antes, hay objetivos cuya atención debe y puede ser cubierta antes y por encima de las cambiantes circunstancias, de los vaivenes electorales, incluso de los cambios en los programas de los Partidos.

Así que, como digo, de lo que se trata es de saber a qué fines vamos a dedicar nuestro dinero. El nuestro, no el de la clase política, el que ha salido vía impuestos, y tasas y garambainas de nuestros bolsillos, y hemos puesto en manos del Estado para que haga por nosotros lo que nosotros queremos. (Sé que suena raro, pero es que quizás sigamos  viéndonos todavía como súbditos y no como ciudadanos)

Algunos ejemplos

Hace pocos días, en este mismo medio hablé de algunas medidas concretas que podrían ponerse en práctica para rebajar el déficit de la Seguridad Social y, quizás incluso, eliminarlo. Déjenme que no las repita.

Permítanme, además, que eluda alternativas que pueden molestar a según quiénes (Olimpiadas o albergues, sanidad o subvención a tal o cual confesión religiosa, educación o gasto militar), porque las cosas ni van por ahí ni pueden plantearse en términos tan radicalmente alternativos.

Tengo la impresión de que si se preguntara a la ciudadanía sobre cómo obtener recursos y a costa de qué, la primera partida, invisible, por cierto, que eliminaría sería la del despilfarro. 

  • ¿Cuánto podrían revalorizarse las pensiones si no se hubieran tirado por la borda los miles de millones malbaratados en obras faraónicas sin utilidad pública alguna?
  • ¿En qué medida se liberarían recursos si se eliminaran organismos inútiles o se redujeran a límites razonables, Senado, Diputaciones, Parlamentos Autonómicos y la caterva infinita de Entes Públicos Estatales, Autonómicos, Municipales cuya única utilidad aparente es apesebrar adictos y premiar lealtades?
  • ¿Qué efecto tendría no sólo sobre la moral pública, sino sobre la economía real, sobre nuestros bolsillos, la reducción drástica de los escandalosos privilegios de la clase política, sueldos cuasi vitalicios de cargos electos, pensiones de lujo, privilegios fiscales, dietas injustificadas, prebendas de todo tipo?

Habría otro capítulo que a buen seguro despertaría entusiasmos generalizados. Aquel en el que se recogieran planes para erradicar el fraude fiscal y a la Seguridad social o para lograr la devolución de los miles de millones que sanearon instituciones financieras cuya mala gestión en ningún caso puede cargarse en el debe del jubilado, o para activar mecanismos para recuperar hasta el último céntimo de lo robado, lo defraudado, lo cobrado delictivamente. 

(Repárese en que ni siquiera cuestiono que la Banca haya sido ayudada a salir del agujero en el que se metió por su mala cabeza, sino en mi extrañeza de que no devuelva lo que le prestamos usted y yo y nuestras cuñadas y ese señor del fondo que tan mala cara tiene, el pobre, porque la pensión no le da ni para pedir una magdalena con el cafelito mañanero. O sea, que de revolucionario, nada de nada)

En fin, que me gustaría vivir en un país, y supongo que a otros muchos también, en el que, por ejemplo, la dignidad de un cargos público no se midiera por el tamaño de su coche oficial sino por su honradez y austeridad. Quisiera ver llegar al Congreso o al Senado en Metro o en Autobús a quienes elegí para representarme y no viviendo a costa de las estrecheces de los abuelos. Eso es lo que de verdad me impresionaría

Porque, qué quieren que les diga, me ofende el comportamiento de una clase política que sólo logra la unanimidad cuando se trata de mantener y aumentar sus privilegios.

Y no me vengan con tecnicismos.

Porque si, volviendo a la revalorización de las pensiones, alguien está pensando en que estoy mezclando “las churras con las merinas” y que no debo confundir Presupuestos Generales del Estado con las cuentas de la Seguridad Social, debo recordarle que la relación entre ambas contabilidades será la que es ahora hasta que se decida cambiarla.


En resumen: mi voto en las próximas elecciones no se lo llevará el que intente darme gato por liebre e intente tratarme como si por viejo estuviera ya lelo perdido.

domingo, 25 de febrero de 2018

El día que los viejos tomaron las calles

De pronto, nos volvimos importantes.

Más de 9 millones de votos. Eso es lo que somos: 9 millones de votos. Bastaría con que uno de cada dos pensionistas españoles decidieran, no sé cómo pero decidieran, votar al mismo Partido, y ése sería el ganador de las próximas elecciones Generales.

Por eso, ahora, tan tarde, los Partidos nos buscan, nos halagan, nos advierten del error que sería votar al otro, no importa cuál sea. 

De repente, todo el arco parlamentario ha caído en la cuenta que formamos el más formidable caladero de votos del país, y que nadie hasta ahora, ya es casualidad, se había preocupado de saber que pensábamos, qué queríamos, cómo estábamos de contentos o descontentos. Y si lo hicieron, lo callaron, lo que viene a ser lo mismo.

Ahora, precisamente ahora, cuando una mañana decidimos salir a la calle a mostrar nuestro rostro ofendido, todos nos miran.

¿Por qué salieron los viejos a las calles?

En mi particular opinión, los viejos de España estábamos descontentos con las subidas de las pensiones desde que Rodríguez Zapatero las congeló un año. Luego vino Rajoy y nos trató como si fuéramos imbéciles: aprovechando la congelación zapateril, quiso convencernos que él si que subía nuestras pensiones, no como su predecesor, porque mejor es 0’25 % que nada, aunque los precios hayan subido cinco o seis veces más.

O sea, en corto y por derecho, ha querido engañarnos con la verdad.

Y fue este año, cuando no hay telediario en el que no salga alguien del Gobierno explicándonos lo bien que marcha la economía nacional, y lo bien que seguirá yendo en el futuro, el elegido por la inefable Ministra de Empleo y Seguridad Social (antes Ministerio de Trabajo, más corto y más claro) para remitirnos una carta felicitándonos y felicitándose por la suerte que habíamos tenido con su Gobierno que, una vez más, volvía a subir nuestras pensiones.

Soy uno de tantos que estuvo pensando en una contestación adecuada a la carta. (¿Sarcástica, insultante, indignada, legalista, lastimera, implorante?) No lo hice, así que la contumaz Ministra podrá seguir exhibiendo cada cierto tiempo su rostro de cemento armado sin que mi carta no escrita le haya perturbado el ánimo. 

No obstante, por si se diera la extraña circunstancia de que alguien leyera este blog y se lo comentara, quiero que sepa que lo siempre he considerado intolerable es que se me tome por imbécil, que es la conclusión a la que llegué cuando terminé de leer la carta.

Así que, como digo, creo yo que fue la suma de una revalorización miserable de la pensión y un insulto a nuestra inteligencia cuando recibimos la cartita de la srª Ministra, lo que echó a la calle a quienes esa mañana salieron.

Ahora nos vendrán con cuentos.

“Nos arrullan con cuentos”, cantaba León Felipe. Eso es lo que nos espera. Eso es lo que ya ha empezado a pasar, así es que, colegas jubilados, mucho ojo. No nos engañemos: buscan nuestro voto. 

El resto, no digo que no les importe, pero, desde luego, mucho menos que nuestro voto.

Y digo yo que si ése es nuestro poder, nuestro voto, y teniendo en cuenta que somos mayorcitos para que nos vengan con cuentos, tendremos que andar ojo avizor y no dejarnos engañar por cantos de sirena.

Oiremos mentiras, frases indignantes atribuidas a cualquier líder o "lideresa" de las otras formaciones políticas, porque tanto o más vale desprestigiar al contrincante que hacerse valer uno mismo. 

Vivimos inmersos en el universo de las falsas noticias propaladas por las redes sociales: verifiquemos lo que nos llegue; filtremos la información, apliquemos nuestro sentido común y formemos nuestro propio criterio, sin atención al ruido ambiente.

Está a punto de llegar (¿o habrá llegado ya y no me he dado cuenta?) el momento en el que quien ayer ponía en cuestión el derecho a votar de los mayores de cierta edad, los considere ahora el objeto de sus amores electorales.

Unos pretenderán convencernos de las bondades del cambio. Otros del riesgo de abandonar la senda que tan lejos nos ha llevado. Ambos buscan lo mismo: nuestro voto. 

Mentirán, fantasearán (otra forma más delicada de mentir), prometerán. Y no dirán qué base tienen sus promesas, ni sus fantasías, ni sus mentiras, porque ni lo saben ni tienen la menor intención de ponerse a trabajar para averiguarlo.

En resumen: intentarán darnos gato por liebre, jugar con nuestra indignación, hacernos tragar un cóctel en el que junto a unas gotas de “pensión” habrá una generosa dosis de “ideología”. Y así no vamos a parte alguna.

¿De dónde habría que partir?

Del examen riguroso de la situación actual, de la proyección en el tiempo del modelo actual, del estudio de las medidas mínimas imprescindibles para hacer más sólido el sistema público de pensiones.

De tomar nota de cómo han resuelto el mismo problema países parecidos al nuestro que tuvieron que enfrentarse a idéntico panorama.

De tener claro que no hay una disyuntiva Pensiones Públicas/Pensiones Privadas, porque no hay necesidad alguna de eliminar cualquiera de las dos posibilidades. 

Otra cosa distinta es si hay o no, claro  que hay, interés en que sea eso lo que se crea. Interés en ir creando el caldo de cultivo ideal para abrir un mercado potencialmente descomunal para el consorcio Banca-Compañías aseguradoras.

Mientras tanto:
  • ¿Por qué no se persigue de forma implacable el fraude a la Seguridad Social?
  • ¿Por qué el coste del funcionariado de la Seguridad Social se paga con las cotizaciones de los asegurados y no con la correspondiente partida de los Presupuestos Generales del Estado?
  • ¿Por qué siguen manteniéndose tantas bonificaciones, tantas tarifas planas, bajo la engañosa capa de que crean empleo?
  • ¿Por qué sigue vigente el tope de cotización para los sueldos más altos?
  • ¿Por qué siguen cargándose al presupuesto de la Seguridad Social los costes de las pensiones de orfandad y viudedad que no son contributivas?
  • ¿Por qué no se nos dice en cuántos millones de € mejoraría el saldo, por la mera aplicación de estas medidas?

Me temo que, pese a todo habría que asumir como imprescindible algo que hace años me parece inevitable: el progresivo incremento de la edad de jubilación. Guste o no, es imposible mantener dicha edad en el límite establecido cuando la esperanza media de vida apenas llegaba a los 70 años y la incorporación al mundo del trabajo eran los 14 años.

Así que volvamos al principio.

El sistema público de pensiones no está al borde del precipicio: necesita reformas que deberían hacerse cuanto antes para garantizar el futuro de quienes ahora están en activo. Así que dejen de aterrorizarnos a los viejos.

Si fuéramos una democracia avanzada, ésta sería una cuestión que debería estar fuera del debate electoral: el bienestar de un tercio del electorado es algo demasiado importante para dejarlo en manos de cuatro irresponsables.

Los pensionistas, antes y ahora, somos el mayor colectivo identificable como tal, a la hora de pronunciarnos en las urnas. Hemos pasado de ser invisibles a constituir el oscuro objeto del deseo de todos los Partidos. No es malo, pero si no andamos listos, tratarán de manipularnos 

Ni es necesario, ni quizás aconsejable, que todos pensemos lo mismo. Pero es indispensabe que pensemos, que reflexionemos, que ponderemos lo que oigamos.


En definitiva, es imprescindible que nadie trate de votar por nosotros 

sábado, 17 de febrero de 2018

“Fake news”: más que simples noticias falsas

Es que no es lo mismo.

En términos generales soy un ferviente defensor del uso del castellano siempre que cualquier locución en lengua extranjera (inglés, con frecuencia) tenga su correspondiente término o expresión equivalente en castellano.

Sin embargo, me temo que en el caso que me ocupa, no es lo mismo hablar de "Fake news" que de "noticias falsas", en especial si la locución inglesa se refiere a esas falsas noticias que circulan por las redes sociales.

Un ejemplo: si alguien lee en el "Diario de León" que "en Rodrigatos de la Obispalía una cabra ha parido una cría con dos cabezas" estará delante de una noticia falsa. No creo que ocurra, pero si así fuera, es eso, una simple noticia falsa sin mayor trascendencia.

Si por el contrario, le llega un mensaje a su teléfono diciéndole que el párroco de Rodrigatos es cuñado de un conocido narcotraficante, se pregunta por qué no se habla de ello y se te dice "pásalo", con toda probabilidad estás ante una "Fake news". 

De nada vale que sea mentira, poco importa que ser cuñado de alguien nunca pueda considerarse delito. Igual caes en la trampa, y para cuando quieres darte cuenta ya has reenviado el mensaje. Dañas la imagen del cura, y de paso la de la Iglesia, arrojando sobre ellos la sospecha de su relación con el oscuro mundo del narcotráfico.

Así pues, "Fake news" son noticias falsas difundida en las redes sociales con el deliberado propósito de conseguir un resultado concreto de carácter político, social o económico a través de la manipulación del destinatario de la noticia. 

Incluso, tal vez, convendría añadir que la mentira y su difusión deban cargarse a personal especializado, pero de esto no estoy muy seguro.

Un ejemplo reciente:

Hace unos días, en menos de una hora llegó a mi teléfono por tres conductos diferentes el siguiente mensaje: 

"La directora general de Oxfam España (antigua Intermon) Begoña Gómez Fernández, es la mujer de Pedro Sánchez. 
¿Por qué no se habla de esto? 
Pásalo!!”.

¿Me permiten algunos comentarios al respecto?

1º.- La noticia era falsa. Una rápida y sencilla comprobación en Internet me bastó para comprobar que la Srª Gómez Fernandez no formaba parte del Patronato de Oxfam España, ni era su Directora General, ni ocupaba la titularidad de ninguno de los seis Departamentos que reportan a la Dirección General.

Primera conclusión: en el origen de la noticia hubo, como mínimo, una negligencia inexcusable por parte de quien pretende informar de algo que, a su juicio acertado o no, es relevante. Si no fue negligencia, fue engaño deliberado, lo que, desde luego, es peor.

2º.- De haber sido cierta, tampoco prejuzga nada reprobable. Una cosa es la verificación de las conductas inadmisibles de algunos miembros de tal o cual organización, y otra muy distinta criminalizar a la totalidad de los componentes humanos de la misma organización.

Oxfam cuenta con miles de cooperantes en todo el mundo, más la colaboración puntual de muchos más. Oxfam, por otra parte, ha tenido entre sus filas a un grupo de sinvergüenzas (salvemos el principio de presunción de inocencia, pese a todo) que tendrán que dar cuentas de sus actuaciones ante la justicia. 

Los estamentos directivos de Oxfam concernidos por este escándalo no parece que hayan estado muy diligentes a la hora de detectar y corregir conductas como las que se han conocido.

Pese a todo ello, trabajar para Oxfam no es sinónimo de sospecha de delincuencia.

Segunda conclusión: la intención del mensaje no era atacar a Oxfam sino menoscabar la fama de la aludida y tal vez por extensión, la de su marido y ¿por qué no? la del Partido que lidera.

3º.- El significado real de la pregunta. El final del mensaje (“¿Por qué no se habla de esto?”) es cualquier cosa menos inocente. Ahí es donde se encierra la malicia de esta "Fake new". 

Lo que en realidad subyace en el interrogante es la convicción del que pregunta de que bajo esa espesa capa de silencio de la que parece acusar a quién sabe quién, se ocultan secretos inconfesables, delitos tremendos, faltas incalificables de que, de ser conocidas, harían cambiar nuestra opinión sobre la Srª Gómez Fernández (me pregunto cuántos conocían su nombre antes de recibir el mensaje), sobre su marido, secretario General del PSOE y sobre el mismo Partido socialista.

Hay, pues varias preguntas implícitas en la que nos hace el autor del mensaje: ¿Qué interés ha movido a la mujer del Secretario General del PSOE a relacionarse con una ONG tan poco recomendable? ¿Quién ha movido los hilos para lograr tapar el escándalo (el de la relación Oxfam/ esposa de Pedro Sánchez, me refiero)? ¿Qué más habrá debajo de todo esto que ni siquiera sospechamos?, etc.

Tercera conclusión: “calumnia, que algo queda”. Me recuerda costumbres de hace tres cuartos de siglo en la España esteparia. Recuerdo a cierta vecina maledicente comentar en voz baja “no me gusta hablar mal de nadie, pero creo que la pequeña de Sonsoles se ha casado a las 6 de la mañana”. La que así se expresaba claro que hablaba mal, muy mal de alguien: de la hija pequeña de su amiga Sonsoles, porque en aquellos tiempos casarse a las 6 de la mañana era sinónimo de hacerlo a una hora tan intempestiva que minimizara el riesgo de verificar que la novia estaba embarazada. Embarazo prematrimonial era, entonces, el camino directo para la exclusión social. ¿Ven la semejanza?

La anécdota y la categoría.

Lo escrito hasta ahora no es más que un comentario sobre un ejemplo concreto. Creo, no obstante, que debajo de la anécdota se esconde un material mucho más complejo.

¿Quién controla las redes sociales?

Vivimos tiempos aciagos para el equilibrio entre derechos y deberes. Nuestra decadente civilización occidental ha configurado un ciudadano tipo convencido de que los derechos son suyos y las obligaciones del Estado.

Oigo cada vez con más frecuencia voces reclamando actuaciones de los poderes públicos que controlen los contenidos que aparecen en las redes. Vayamos por partes:
  • Si de lo que se trata es de aplicar la legislación penal a quienes incurran en delitos o faltas previamente tipificados, por atentados al honor, incitación al odio o a la violencia, atentado contra tal o cual principio básico de convivencia, de acuerdo, si logra probarse el delito.
  • Si lo que se pretende es algo que huela a censura previa, en absoluto desacuerdo. Si alguien no está de acuerdo con el contenido de una publicación, siempre tiene la opción de rebatirla. Las ideas se combaten con ideas, no con brochas ni con mordazas.
  • Por último, ¿Qué fiabilidad estamos dispuestos a otorgarle a unas estructuras de poder cuando son ellas mismas las primeras en interferir en la vida del ciudadano difundiendo mensajes equívocos, interviniendo unas en las esferas de actuación de las otras, cometiendo, en fin, abusos mucho más graves que los imputables a los ciudadanos?
La solución, por lo tanto tiene que venir del lado del ciudadano. Cada uno de nosotros somos los responsables de lo que leemos y de lo que escribimos y deberíamos serlo, en algunos casos, de lo que puedan leer o escribir quienes dependen de nosotros. ¿Estamos dispuestos a hacerlo o lo consideramos demasiado aburrido y trabajoso?

Ha habido precedentes

El camino a seguir no es, por tanto, ni la censura, ni la prohibición. Las nuevas tecnologías comportan ventajas e inconvenientes, riesgos y oportunidades, pero, antes que nada, es una evidencia que no van a desaparecer, les guste más o menos a unos o a otros. Al contrario, cada día llegarán más lejos y pondrán en cuestión ámbitos mayores de nuestra privacidad.

Se trata, nada más, de que si eso va a ser así seamos capaces de aprovechar lo positivo que tienen las redes y aprender a protegerse de sus riesgos. 

Como ocurrió hace casi seis Siglos cuando la Humanidad se enfrentó al reto que supuso la difusión de la imprenta. El invento puso al alcance de masas crecientes la literatura que hasta entonces estaba reservada para unas élites minoritarias por definición.

Se pensó y se escribió que el libro impreso era el camino directo al infierno porque sería usado para difundir el error. Y se tomaron curiosas e inútiles medidas algunas de las cuales, ¿recuerdan el Índice de Libros Prohibidos? se mantuvieron durante centurias.

¿Lo entenderíamos ahora? ¿Qué mundo tendríamos si se hubiera hecho caso a los agoreros del siglo XV?

Y en cuanto a la manipulación del ciudadano, no es algo que haya traído Internet. Desde que el hombre vive en sociedad ha sido manipulado o se ha intentado que lo fuera. Desde la Grecia clásica se sabe la importancia decisiva de un buen orador a la hora de defender una opción política. A corto plazo, una buena frase bien entonada vale más, en términos electorales, que una idea rigurosa.

Y más adelante, fueron los mitines, y la prensa y la radio y la televisión. El esquema es repetitivo; sólo cambian los medios. La manipulación opera con mayor frecuencia en la esfera de los sentimientos que en el de la razón. ¿Qué se aplaude en un mitin? No los impecables razonamientos, sino la poesía, la demagogia o el hábil manejo del discurso.

En esta misma evidencia sobre el origen del veneno se encuentra el antídoto: reflexión, razonamiento, calma. No indignación, ni sobresalto, ni inmediatez. El manipulador apela a tus sentimientos y sabe que si consigue soliviantarte, casi siempre en nombre de una noble causa, actuarás por impulsos incontrolados, antes de que tengas tiempo de meditar.

Por tanto,  se trata de pensar antes de actuar. 

Porque nadie, ningún poder por encima de ti, va a protegerte de la manipulación. Antes al contrario, cuenta con que ese mismo poder será quien lo intente.

¿Recomendaciones? 

Ninguna. Este Blog va dirigido a personas adultas.

Perdón, sí, una, sólo una: piensa qué  puedes hacer para reducir el efecto negativo de las redes sociales. Por ejemplo, si debes hacer algo antes de difundir un mensaje cuya veracidad no te consta. 

Y cosas por el estilo, todas sencillas. Nunca se me ocurriría proponer la lucha directa contra los hackers de Putin o los de nuestro propio Gobierno que supongo que también tendrá.



lunes, 12 de febrero de 2018

Ellas y ellos

Y viceversa

Que de todo hay y a veces está más que justificado. Enseguida volveré sobre este punto.

El sufrido lector habrá ya barruntado que el post va dedicado esta vez a entrar en la cansina polémica sobre el uso y el abuso de expresiones reiterativas y de inventos lingüísticos descabellados que tratan de conseguir, por tan insólito camino, la igualdad entre mujeres y hombres, así como de las peregrinas justificaciones que pretenden fundamentar el disparate.

Decía, apenas unas líneas arriba, que hay situaciones que justifican saltarse la regla general de utilizar ciertos plurales para englobar a hombres y mujeres en un sólo termino, y evitar con ello reiteraciones que alargan el relato y terminan por hacer perder el hilo. 

Ello es así cuando el discurso que sigue contiene elementos que no afectan por igual a unas y a otros. He aquí dos ejemplos triviales.

En 1955 se estrenó una película de J. Mankiewicz, interpretada por Marlon Brando, Jean Simons, Frank Sinatra y no recuerdo quién más en el cuarteto estelar, que se tituló “Ellos y ellas”. Un musical intrascendente, bastante flojo, por cierto, sin méritos suficientes para figurar en ninguna lista de películas notables. Sólo me interesa el título: "Ellos y ellas". 

Medio siglo más tarde, Bart Freundlich, rueda y estrena otra película con David Duchovny, Julianne Moore y Billy Crudup, hay también una segunda artista que completa el cuarteto, que titula “Ellas y ellos”, comedia dramática, también, mediocre, sobre las andanzas, venturas y desventuras de dos parejas neoyorkinas. De nuevo, aunque cambiando el orden, "Ellas y ellos" como géneros diferenciados.

No obstante, tanto en un caso como en el otro, el uso de la expresión “Ellas y ellos” o viceversa, está más que justificado, porque trata de enfatizar, de adelantar, de poner sobreaviso al espectador sobre algo que es la base de la trama: las mujeres y los hombres que protagonizan ambas historias, tienen comportamientos tan diferentes (de eso se trata) que es lógico diferenciarlos ya de entrada.

Sin embargo, casi nunca ocurre así.

¿Qué justificación puede tener, en cambio, la aburrida reiteración constante de expresiones que no menos de doce docenas de veces por mes oímos en los telediarios (“compañeros y compañeras”, “todos y todas” y no me alargo, porque en la mente de todos -sólo todos, incluidas mis lectoras- hay otra larga relación de ejemplos)?

Y mucho menos comprensible ¿Cuál es la base en la que se asienta la manía reciente de inventar términos absurdos, ridículos, que pretenden sacralizarse por obra y gracia de las intervenciones de ciertos líderes políticos?

Se me ocurren algunas reflexiones al respecto.

“Hay que dar visibilidad a las mujeres”
Quiero precisar que si lo que quiere decirse es que las mujeres deben ser más visibles, la expresión correcta no es “dar visibilidad” sino “hacer más visibles”. Dar visibilidad (consúltese el diccionario de la RAE, y no el manual de estilo de “Podemos”) es incrementar la capacidad visual. Por el contrario, conseguir que a Dª Pura o a Don Teodoro los vea más gente, es algo que se logra, como es natural, haciéndoles mas visibles a los ojos de los demás, no dándoles a ellos más capacidad de visión. 

No es que todo esto tenga demasiada importancia, pero, puestos a ser precisos, hagamos las cosas bien, aunque sepa de antemano que las recomendaciones de la RAE tienen el mismo valor para según quién, que las Sentencias del Tribunal Constitucional para Puigdemont y sus mariachis.

Y me pregunto ¿De qué depende que las mujeres sean más o menos visibles, de lo que hagan, de lo que digan, del salario que ganen, del puesto que ocupen, de su capacidad de acceso a los medios de comunicación, de su presencia en la vida real, en definitiva, o del tortuoso modo en el que un político hable de ellas?

Lo que de verdad importa es que se hable del autor del desmán
Cierta política inexperta inventa hace algunos años el término “miembra”. Es posible que sólo fuera un lapsus, aunque no hay que descartar que dijera lo que quería decir. Es igual. Regocijo general, chistes que van y vienen, etc., etc. ¿Qué hace su Partido? En vez de asumir que los errores son una constante del ser humano y tomarse el asunto a broma, monta sobre la marcha una defensa cerrada en toda línea del despropósito y saca a pasear una teoría socio-político-lingüística, justificativa de la pedrada al idioma. 

Años después, vuelve a haber otro error (o un atentado, ella sabrá) parecido, “Portavozas”, derivado de “voz”, femenino, y vuelve a repetirse el circo. Sesudos teóricos, gente que a veces da la impresión de tener más conocimientos que cultura, pretenden mantener abierta la polémica, porque eso “da visibilidad” a las mujeres, porque el lenguaje es la palanca que puede mover la realidad social y qué sé yo cuántas tonterías más.

¿No será que la verdadera finalidad  de la polémica es mantener en el candelero la marca política que la sustenta y hasta el irrelevante nombre de la autora de la fechoría? Y, de pronto, caigo en la cuenta que ahora mismo, este post, es otro ejemplo más de lo que digo: aquí estoy yo, argumentando contra quien hace esto o aquello, pero ¡ojo! hablando de quienes lo hacen.  

Cuando tengo la casi total seguridad de que mis lectores están de acuerdo en que es innecesario, por ejemplo, añadir "y lectoras", porque por muchas vueltas que le demos, lo diga como lo diga, ni vamos a resolver sus diferencias salariales, si las hubiere, ni hacerlas llegar al Consejo de Administración de la Empresa que las paga. Y eso, que es lo importante, no es un problema lingüístico

Ellas sí que hicieron visibles a las mujeres

Concha Espina, Emilia Pardo Bazán, Victoria Kent, Dolores Ibárruri, Clara Campoamor, María Zambrano, Federica Montseny, Concepción Arenal, Sor Juana Inés de la Cruz y, la que en mi opinión es la más grande de todas ellas, Teresa de Jesús, son mi personal  cabeza de honor de una lista, que podríamos hacer bastante más larga, de mujeres decisivas en la Historia de España, y en su particular parcela de la lucha por la igualdad de la mujer.

Militaron en campos muy diferentes, vivieron en momentos históricos alejados unos de otros, sostuvieron ideologías tan distintas que, han rayado en lo antagónico. 

Tienen, no obstante dos características en común: fueron figuras gigantescas que, sin discusión alguna, hicieron avanzar la causa de las mujeres y, en ningún caso, se vieron en la necesidad de retorcer, de torturar el lenguaje. 

Antes al contrario: ya hicieran Literatura, Ciencia o Política, sus obras, sus discursos son un ejemplo del correcto y hasta brillante uso del castellano.


Y a mí me parece…

 ¿Alguien tiene alguna duda de quién ha sido más importante en el interminable camino por la igualdad entre mujeres y hombres, cualquiera de las mujeres que cito en la lista, una sola, o Dª Viviana Aído, Dª Irene Montero y media docena de su preclaros defensores juntos?