lunes, 14 de septiembre de 2015

Los refugiados
 
Miles, docenas de miles, cientos de miles.
 
Vienen de Siria, nos dicen, huyendo de la guerra, alejándose del hambre, de la muerte, de las maldiciones bíblicas que, una vez más, como cada cierto tiempo en Mesopotamia, se ensañan con el más antiguo enclave civilizado del planeta.
 
Vienen de Siria, pero los hay que llegan de otros lugares. También llegan afganos. ¡Afganos! ¿Se dan cuenta? Han tenido que recorrer 6.000 kilómetros para llegar a las puertas de Europa. ¿Imaginan sus razones para hacer algo así? Es más que probable que la mayoría de los afganos y no pocos sirios tengan ideas confusas acerca de Europa. No hay que descartar que buena parte del atractivo de nuestras viejas naciones se deba a la labor interesada y criminal de  los tratantes de seres humanos, esa peste que acompaña a la guerra como pareja inseparable.
 
Esperan, en todo caso, encontrar su segunda oportunidad. Esta mañana escuchaba a un joven afgano decir que quería ser artista, pintor en concreto, y si no, ingeniero. La mayoría buscan Alemania como lugar de destino, así que países como Grecia, Italia, Hungría, sólo son para ellos la puerta de entrada.
 
Qué y quién les espera.
 
Un calvario, eso es lo que les espera, que no hay tierra propicia para el perdedor. No creo que tengan la oportunidad, pero ¿qué les dirían, si pudieran, los soldados de la República Española que, perdida la guerra, marcharon a Francia confiando en encontrar asilo?
 
Van a ser testigos y sujetos pacientes de otra más de las manifestaciones de cinismo e hipocresía, y a veces también de demagogia y oportunismo, a la que tan acostumbrados nos tiene la clase política europea en su conjunto.
 
Hablo de los gobernantes, que tiempo habrá de hacerlo de los ciudadanos. Los mismos jerarcas que se despachan con declaraciones humanitarias, levantan muros de contención (muros literales, no metafóricos) utilizando para ello la mano de obra forzosa de prisioneros. ¿Por qué me vendrán a la memoria horrores pasados?
 
Hungría blinda su frontera con Serbia; Austria hace lo propio con Hungría, Dinamarca (la muy civilizada, humanitaria y ejemplar Dinamarca) se niega en redondo a admitir refugiados. Se regatean los que cada país está dispuesto a recibir sin caer en la cuenta de que hablamos de nuestros semejantes ¿Quién sabe qué irán haciendo los demás Gobiernos en los próximos días?
 
En cuanto a los ciudadanos, unos, los más, se manifiestan a favor de la acogida de los desgraciados que huyen del terror. Es una señal de esperanza; parece que la buena gente no es especie en peligro de extinción. En ocasiones son jaleados por instancias políticas en general opuestas al Partido que ostente el Poder (o sea, oportunismo político y manipulación de los sentimientos de la gente de bien).
 
Otros los menos, como si salieran del túnel del tiempo, claman contra la invasión árabe de sus blanquísimos pueblos -otra vez el fantasma del maldito racismo ario- o contra el riesgo de islamización de nuestras cristianas tierras. Su argumentario es tan antiguo, al menos, como las Cruzadas.
 
Algunas cosas que me llaman la atención.
 
Siempre he creído que el derecho de asilo no es más que una manifestación circunstancial de otro anterior y más amplio: el derecho de todo ser humano a moverse a su antojo por cualquier rincón del planeta. En función de esta premisa, me pregunto.
 
¿Por qué  damos por bueno que éste es un problema que sólo concierne a la Unión Europea? ¿Por qué a nadie le extraña, ni reclame, por tanto, que el Señor Putin siga armando a Siria pero no ofrezca sus inmensos territorios despoblados para acoger refugiados?
 
¿Por qué los riquísimos monarcas árabes del petróleo, dueños de espacios semivacíos asentados sobre mares de combustibles se niegan en redondo a asilar a los huidos?  Profesan la misma religión que la inmensa mayoría de los refugiados, pero se limitan a ayudar financieramente a la ACNUR ¿Tanta importancia tiene el saber en qué corriente del Islam rezan los que huyen?
 
¿Por qué USA, exportadora de armas, consumidora del petróleo que está debajo, antes y después de todas las crisis del Oriente Medio, además de dar consejos no colabora con dólares y cuota de refugiados? ¿Será para no dar más argumentos a personajes como Donald Trump o para que no revivan los bulos sobre las creencias islámicas de Mr. Obama?
 
¿Dónde está ahora y por qué calla la tonitronante Comisaria sueca que se rasgaba las vestiduras cuando España adoptó algunas medidas para controlar la entrada de emigrantes por Ceuta y Melilla? ¿Se puede frenar a los refugiados políticos y no a los emigrantes económicos, o es que una cosa es poner a caer de un burro a un país como España y otra criticar a Dinamarca o Austria?
 
¿Por qué en España escuchamos ofertas de ayudas a los refugiados por instituciones que saben que carecen de las competencias legales para ponerlas en práctica? Todo vale que las Elecciones Generales están a la vuelta de la esquina y proclamar que ofrecieron más que nadie igual rinde un puñadito de votos. ¿Qué importa que las promesas sean mentira?
 
Y por último y, en mi opinión, mucho más importante ¿Qué se está haciendo para eliminar las causas del problema? ¿Quién está tratando de resolverlo y cómo? ¿Se termina con la guerra armando más a los contendientes o quitándoles a todos el armamento? ¿O es que Siria, los rebeldes de uno, otro y otro bando, y el Estado Islámico son fabricantes de armas? No, ¿verdad? Pues menos palabrería, menos hipocresía, menos negocio y más honradez, sólo eso.

lunes, 7 de septiembre de 2015

El flautista viejito y el negro que vendía relojes
 
A qué viene esta historia.
 
    Hay veces en las que necesito olvidarme por un tiempo de la agobiante realidad que me acosa desde cualquiera de los medios de comunicación que me cercan. Ésta es una de ellas.
 
    Millones de semejantes claman por encontrar un nuevo lugar bajo el sol en el que poder vivir. Huyen de la guerra, del hambre, de la explotación, de las plagas bíblicas que les aplastan desde hace generaciones. Quieren una segunda oportunidad y se juegan la vida por conseguirla. Muchos la pierden. Por el momento, los poderosos de este mundo no aciertan a dar con la solución ni del problema ni, menos aún, de sus causas
 
    En el extremo Nordeste de la Península Ibérica (obsérvese que huyo de términos que precondicionen el texto) una parte de sus pobladores quieren soluciones políticas diferentes a las actuales. No sabemos cuántos las quieren y eso es una de las partes del problema. Los que las quieren, los que no las quieren, los del Nordeste y los de los otros siete puntos cardinales, son maestros de la descalificación, del lugar común, del a priori, de la manipulación a partir del miedo. De todo, menos del diálogo, y a mí y a muchos cientos de miles más nos tienen hasta la coronilla de sus disputas en un momento en el que el mundo que conocemos está en tela de juicio el concepto mismo de frontera.
 
    En nuestro país, unos claman por la necesidad imperiosa de cambiar la Constitución, aunque no explican qué cambiarían y por qué. Otros dicen que, desde luego es una idea estimable, pero no prioritaria, lo que en política quiere decir, sencillamente NO.
 
  Agosto se ha revelado como el mes del sobresalto por antonomasia en materia económica. Apenas pasada, si es que lo está, la crisis griega, China toma el relevo y pone las bolsas de todo el mundo patas arriba. Unos dicen que estamos a las puertas de cataclismos económicos sin precedentes, otros que no es más que una tormenta pasajera. Como unos y otros son economistas, los que se equivoquen, nos explicarán científicamente  por qué no acertaron.
 
    Cualquiera de estos temas ameritaría comentarios enjundiosos sobre sus causas, sus consecuencias y lo que el lector quiera añadir. Hoy, cansado de tanta materia pesada, he pensado relatar un suceso nimio en apariencia que presencié hace algún tiempo.
 
Mark Twain y la carrera de ranas
 
    Leí hace años que cuando Mark Twain fue enviado como corresponsal a la Guerra de Secesión, un día, en vez de remitir una truculenta crónica sobre los desastres de la guerra, envió un delicioso relato sobre una carrera de ranas a la que había asistido en no sé qué pueblo cercano al frente de batalla. El editor, entusiasmado, le pidió "más reportajes sobre carreras de ranas".
 
    Ni sé, ni puedo, ni quiero emular a Mark Twain, pero permítanme que hoy les ponga al corriente de un pequeño suceso.
 
    Hay un local en Marbella, "Lecune" cuya fórmula atrae a diario a tantos clientes que, dado que no reservan mesas, es práctica habitual apuntarse en la libreta de la encargada y esperar tu turno junto a los comensales que ya están sentados. El local es tolerante. Durante la cena es normal que se te acerquen tres o cuatro vendedores de bolsos, relojes y otras baratijas, o que alguien amenice tu estancia con música y luego "pase el sombrero".
 
    En ese aspecto se diferencia mucho del Asador Guadalmina, otrora famoso por su contencioso con la Junta de Andaulcía que pretendía que en el restaurante se observaran las normas restrictivas del tabaco. El dueño llegó a afirmar que tendrían que pasar "por encima de su cadáver". No fue así. Varias multas bastaron. No hubo cadáveres. En este local que advierte en un cartel que es un "Restaurante español, católico y de derechas" (desconozco si para que te sirvan hay que presentar DNI, acta de bautismo y certificado de adhesión a según qué Partido) hay también en lugar bien visible otro cartel que advierte que está prohibida la venta ambulante y que se avisará a la Policía. Allá cada cual y su versión de los derechos de admisión.
 
    Una tarde, mientras esperaba mesa en "Lecune", veo llegar a un viejito al que había visto en más de una ocasión. Era menudo, limpio, inseguro en su andar. Tocaba una flauta muy bajito. Sus pulmones no daban para más. Creo recordar que interpretaba "El cóndor pasa". Yo estaba parado junto a una mesa con cuatro ocupantes que pretendían hacerse pasar por miembros de la gran burguesía vasca. Hablaban de adquisición de futuros, de las turbulencias agosteñas de la bolsa, de los avatares que se nos venían encima y de cómo era conveniente asegurar parte de los caudales en lugares tan patrióticos como Panamá, las Islas Caimán y "algún otro sitio que todos conocemos". Digo que pretendían hacerse pasar por y no que eran, porque hablaban demasiado alto, con la intención evidente de que quienes les escuchábamos les tomáramos por quienes no eran. Un auténtico burgués sabe que no debe llamar la atención, no vaya a ser que le tomen por un hortera pretencioso.
 
    Al mismo tiempo, por otro de los accesos había empezado su recorrido entre las mesas un vendedor de relojes, gafas de sol y bolsos de imitación. Era un joven negro (podría decir subsahariano, pero eso no iba a aclararle la piel) atlético y sonriente. Amenizaba su oferta con expresiones clásicas de su gremio ("Etamo en crisi", "dos por uno", "bueno, bonito y barato", "tiramo la casa po la ventana").
 
    El viejito terminó su interpretación y fue pasando su gorra para recoger lo que buenamente quisiera darle el público. El negro, camerunés o tal vez senegalés, confluía al punto en el que se encontraba el músico: junto a la mesa de los falsos burgueses. Estos no interrumpieron su tabarra, miraron displicentes al viejito y siguieron a lo suyo. Nadie hizo ademán de darle un céntimo al músico
 
    El negro se detuvo, trasladó todas sus pertenencias a la mano izquierda, metió la derecha en su bolsillo, sacó unas monedas y se las dio al músico con una deslumbrante sonrisa. El viejito también le sonrió.
 
    Eso es todo, ahora saque cada cual sus propias conclusiones. La mía me la guardo, porque no quiero dar lecciones a nadie.